- Incendios más leves con manejo forestal.
- Menos carbono perdido, más almacenado.
- Proyectos grandes, más efectivos.
- Quema prescrita mejora resultados.
- Reducción de riesgos sin sacrificar carbono.
Los bosques de la Sierra Nevada, en California, no son frágiles por naturaleza. Pero tras décadas de exclusión del fuego y acumulación de combustibles, el equilibrio se ha roto. Un nuevo estudio confirma que cuando se aplican técnicas de aclareo forestal y reducción de combustibles, la probabilidad de incendios extremadamente destructivos disminuye drásticamente.
Incendios cada vez más extremos
La superficie quemada por incendios de alta severidad en la Sierra Nevada supera ya los patrones históricos. Las temporadas de fuego entre 2020 y 2021, combinadas con una intensa sequía, crearon las condiciones ideales para un experimento natural sin precedentes.
El estudio, liderado por Ethan Yackulic (Northern Arizona University) en colaboración con el Servicio Forestal de EE.UU. y otras organizaciones ambientales, analizó cómo se comportan los bosques gestionados frente a los no gestionados durante incendios reales.
Reducción clara de la severidad del fuego
Se analizaron 216 proyectos de aclareo forestal iniciados en 2016 en la Sierra Central y monitorizados hasta 2023. Cada área tratada se comparó con una zona similar no tratada, lo que permitió una evaluación rigurosa de la efectividad de estas prácticas.
Utilizando imágenes satelitales y el índice compuesto de severidad de quemado (CBI), se midió el comportamiento del fuego y la variación en el carbono de los árboles vivos. El resultado fue contundente:
La severidad media de los incendios se redujo un 32 %, y la ocurrencia de incendios de alta severidad cayó un 88 %.
Lo relevante no es que el fuego desaparezca, sino que pierde intensidad. Arde, sí, pero de forma más controlada, lo que permite que los árboles sobrevivan y el carbono almacenado en la biomasa viva se conserve en mayor proporción.
Escala y mantenimiento: factores clave
Los tratamientos más efectivos fueron los de más de 6 hectáreas. A mayor escala, mejor capacidad para interrumpir la continuidad de los combustibles y ofrecer anclajes más seguros para los equipos de extinción.
Un estudio paralelo en el norte de la Sierra mostró que redes estratégicamente ubicadas de tratamientos no solo reducen la severidad, sino que también aceleran la recuperación post-incendio, aportando beneficios a nivel de paisaje.
La quema prescrita y otras acciones de mantenimiento posterior también marcaron la diferencia. Las zonas con intervenciones repetidas resistieron mejor al fuego y conservaron más carbono que las que solo recibieron una actuación inicial.
Esto confirma que el aclareo no es una solución puntual, sino una estrategia que requiere seguimiento y cuidado continuo.
Aclareo y almacenamiento de carbono: no hay contradicción
Inicialmente, los bosques tratados pierden carbono, ya que el aclareo implica retirar biomasa. Sin embargo, a medio plazo la tendencia se revierte.
A los siete años, casi el 75 % de las áreas tratadas recuperaron o superaron su nivel original de carbono. En promedio, ganaron 12,8 toneladas de carbono por hectárea en comparación con las zonas no tratadas.
Durante los años más duros (2020–2021), las áreas sin manejo perdieron mucho más carbono debido a incendios intensos. En cambio, las zonas tratadas mostraron mayor estabilidad y capacidad de resistencia.
Recuperar el régimen natural del fuego
Históricamente, los bosques de esta región ardían con frecuencia, pero de forma suave y controlada. Ese patrón se perdió por más de un siglo de supresión de incendios, lo que favoreció una acumulación peligrosa de árboles delgados y material combustible.
Hoy, restaurar ese régimen natural pasa por imitar el fuego de baja intensidad mediante aclareos y quemas prescritas. El objetivo no es erradicar el fuego, sino devolverlo a un nivel que el ecosistema pueda soportar y aprovechar.
La sequía agrava el problema. En años secos, demasiados árboles compiten por el agua. Estudios previos muestran que los rodales aclarados antes de la sequía de 2012–2015 sufrieron menor mortalidad que los no tratados.
Los resultados actuales refuerzan esa evidencia: los bosques gestionados siguieron ganando carbono incluso en condiciones adversas.
Gestión a largo plazo: compatible con los objetivos climáticos
Existe un dilema aparente: al reducir biomasa, se podría estar reduciendo la captura de carbono. Pero este estudio lo desmiente. En paisajes propensos al fuego, la gestión activa puede fortalecer los objetivos climáticos a largo plazo.
El concepto de resiliencia operativa, defendido en trabajos recientes, plantea una meta razonable: reducir la competencia y los combustibles de superficie lo suficiente para que el ecosistema pueda resistir incendios y sequías sin colapsar.
Este enfoque ya no es teórico. Los datos demuestran que puede preservar carbono, incluso bajo presión.
Además, una planificación inteligente —con tratamientos amplios ubicados en zonas estratégicas— convierte los paisajes forestales en barreras vivas, que ralentizan y redirigen los incendios, protegiendo no solo el ecosistema, sino también comunidades humanas cercanas.
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