Por Lucas Handley
Los mares del planeta, vitales para la vida y la economía global, enfrentan una transformación silenciosa y peligrosa: su acidificación se acelera a niveles que preocupan a la ciencia. Un grupo de expertos de Reino Unido y Estados Unidos difundió hallazgos recientes que exigen respuestas inmediatas. La supervivencia de especies marinas y la estabilidad de industrias clave podrían pender de un delicado equilibrio químico.
Un problema que avanza sin freno
La causa principal de esta amenaza proviene del aumento de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. Al disolverse en el agua, este gas altera la química del mar, volviéndolo más ácido. Este proceso, aunque suena lejano, tiene efectos devastadores sobre organismos que necesitan carbonato de calcio para formar conchas y esqueletos, como corales, moluscos y parte del plancton.
La gravedad del problema es tal que los investigadores alertaron que un 60% de las aguas profundas y un 40% de las aguas superficiales ya se encuentran muy cerca o han superado el umbral considerado seguro. Este punto crítico implica un grado de acidez capaz de dañar irreversiblemente ecosistemas enteros, y con ello, la biodiversidad, el turismo y las comunidades que dependen del mar para subsistir.
La voz de los expertos y un llamado urgente
Steve Widdicombe, del Plymouth Marine Laboratory, lo resumió sin rodeos: se trata de una “crisis ambiental y una bomba de tiempo económica”. Por su parte, Helen Findlay, doctora en oceanografía biológica y principal autora de la investigación, enfatizó la urgencia de actuar: “Sabemos lo suficiente para intervenir y frenar la acidificación”.
No obstante, Findlay reconoce que todavía existen áreas grises que necesitan ser estudiadas a fondo. Entre ellas, comprender mejor cómo la química de los carbonatos cambia en las costas y qué especies o hábitats son más vulnerables. Un aspecto clave será desarrollar indicadores biológicos confiables para medir los impactos en tiempo real y ajustar estrategias de manejo.
Una amenaza histórica que se agrava
Aunque la acidificación comenzó a detectarse tras la Revolución Industrial, cuando la quema de combustibles fósiles disparó las emisiones de CO2, fue en la segunda mitad del siglo XX cuando se pudo medir con precisión. Hoy, los registros muestran una acumulación de CO2 que ha modificado profundamente la composición química de mares y océanos.
Findlay advierte que este fenómeno no afecta solo la superficie marina; las aguas profundas albergan una diversidad inmensa de vida que también sufre las consecuencias de la creciente acidez. Con cada especie que desaparece, la cadena alimentaria se debilita, poniendo en riesgo la estabilidad de todo el ecosistema.
El equipo responsable del estudio combinó datos recientes de campo con modelos informáticos para analizar la saturación de aragonito, un tipo de carbonato de calcio vital para la fauna marina. Los resultados muestran zonas polares y áreas de afloramiento especialmente afectadas, donde la disminución de este mineral supera el 20%: una señal inequívoca de que se ha rebasado un límite crítico.
Ante estos resultados, los científicos proponen endurecer los parámetros de seguridad, bajando el umbral a una reducción del 10% de aragonito, para proteger mejor a los organismos marinos más sensibles.
Acciones necesarias para revertir el daño
El mensaje de los expertos es contundente: frenar la acidificación exige una reducción drástica de las emisiones de CO2. Además, se necesitan políticas locales de manejo sostenible que complementen los esfuerzos globales.
Helen Findlay destacó la importancia de controlar la escorrentía de nutrientes desde la tierra hacia el mar, pues estos excedentes agravan la acidificación costera. Gestionar mejor suelos y prácticas agrícolas puede aliviar parte de la presión sobre los ecosistemas marinos.
Otra medida clave es restaurar hábitats de carbono azul, como manglares, praderas marinas y bosques de algas, que funcionan como amortiguadores naturales de la acidez y refugios de biodiversidad. Aunque se requieren más investigaciones, está claro que proteger y recuperar estos entornos será esencial para la resiliencia oceánica.
Un futuro que depende de decisiones presentes
Helen Findlay destacó la importancia de controlar la escorrentía de nutrientes desde la tierra hacia el mar, pues estos excedentes agravan la acidificación costera. Gestionar mejor suelos y prácticas agrícolas puede aliviar parte de la presión sobre los ecosistemas marinos.
Otra medida clave es restaurar hábitats de carbono azul, como manglares, praderas marinas y bosques de algas, que funcionan como amortiguadores naturales de la acidez y refugios de biodiversidad. Aunque se requieren más investigaciones, está claro que proteger y recuperar estos entornos será esencial para la resiliencia oceánica.
Un futuro que depende de decisiones presentes
La ciencia ha hablado: la acidificación de los océanos ya no es una amenaza lejana, sino una realidad que avanza rápidamente. La buena noticia es que aún es posible mitigar sus efectos si gobiernos, industrias y ciudadanos actúan sin demora. Proteger los océanos hoy es asegurar la vida y el bienestar de millones de personas mañana.
Tomado de:
No hay comentarios:
Publicar un comentario