por Joel Campuzano Mejías
Ayer 26 de enero fue el Día Mundial de la Educación Ambiental
Y yo aquí recordando y pensando... se me ocurrió escribir sobre una idea, un tanto disruptiva ella, que tuve hace algunos meses, aquí va.
De “¿te bajas, mi amol?” a “¿sabías que este plástico puede reciclarse?”: una reflexión sobre caos, educación y esperanza.
En efecto, si algo define a Caracas, además de su clima bipolar y su indomable Ávila, es el transporte público. Las “camioneticas”, esas naves del caos que parecen competir con el Apocalipsis, son un universo paralelo donde los colectores reinan como maestros de ceremonia. Pero, ¿y si en vez de gritar: “Chacao, Altamira, Petareeeee vacíooo!”, estos personajes icónicos se dedicaran a impartir educación ambiental?
La idea me llegó un día mientras un colector gritaba con la potencia de un megáfono averiado: “¿Te bajas, mi amol? ¿te bajas?”. En ese momento, me pregunté: ¿Qué pasaría si esa energía arrolladora se canalizara para enseñarnos a cuidar el planeta? Imaginemos por un instante al colector diciendo: “¡Petare, pero antes de bajar la botellita de plástico en el pote de reciclaje, que el ambiente te lo agradece!”. Sería una revolución.
De reyes del desorden a gurús del reciclaje
Los colectores tienen un don que muchos envidiarían: el arte de captar la atención masiva. Entre empujones, vueltas en U de película y la lucha diaria contra el tráfico, sus gritos son el equivalente caraqueño de un podcast en vivo. Pero, ¿por qué limitar ese talento a repetir las mismas frases apocalípticas? Podrían estar diciendo algo como: “Sabías que con cada botella plástica reciclada ahorras energía suficiente para cargar tu teléfono diez veces, ¡te lo juro, papá!”.
Claro, no todo sería tan sencillo. El caos caraqueño es un enemigo poderoso. Montarte en una camionetica en hora pico es como participar en los Juegos del Hambre, pero con empujones y sudor colectivo. Sin embargo, hasta en ese desorden, los colectores tienen el poder de moldear una nueva mentalidad. Podrían ofrecer pequeñas charlas entre paradas, regalar tips de ahorro de agua mientras revientan la corneta, o hasta convertir cada billete que recogen en un símbolo de cambio: “Si cada uno de ustedes trajera una botella retornable, Caracas sería otra cosa, ¿o no, mi pana?”.
El impacto de un cambio mínimo
La idea de colectores expertos en educación ambiental es tan improbable como deliciosa. Pero pensemos en las posibilidades: ¿Qué pasaría si en vez de ser el recordatorio diario del caos, el transporte público se convirtiera en un aula móvil? ¿Qué impacto tendría una conversación sencilla sobre la reducción y la contaminación en la psiquis del caraqueño promedio, acostumbrado a resolver todo “echándole pierna”?
Un transporte menos agresivo, un futuro más verde
El caos del transporte público nos golpea cada día, afectando no solo nuestro humor, sino nuestra percepción de comunidad. La agresividad inherente al sistema perpetúa un ciclo de frustración. Pero un pequeño giro —como convertir a los colectores en promotores ambientales— podría ser un primer paso para transformar ese espacio de caos en una herramienta de cambio social.
Al final, el transporte público no es solo un medio para ir de “Coche a Petare”, sino un reflejo de lo que somos como sociedad. Si los colectores pueden gritar con alma y pulmón “¡Petare vacíooo!”, también pueden recordarnos que el futuro está en nuestras manos. O mejor dicho, en nuestras bolsas de basura.
Digo yo... ¿Qué crees?
De “¿te bajas, mi amol?” a “¿sabías que este plástico puede reciclarse?”: una reflexión sobre caos, educación y esperanza.
En efecto, si algo define a Caracas, además de su clima bipolar y su indomable Ávila, es el transporte público. Las “camioneticas”, esas naves del caos que parecen competir con el Apocalipsis, son un universo paralelo donde los colectores reinan como maestros de ceremonia. Pero, ¿y si en vez de gritar: “Chacao, Altamira, Petareeeee vacíooo!”, estos personajes icónicos se dedicaran a impartir educación ambiental?
La idea me llegó un día mientras un colector gritaba con la potencia de un megáfono averiado: “¿Te bajas, mi amol? ¿te bajas?”. En ese momento, me pregunté: ¿Qué pasaría si esa energía arrolladora se canalizara para enseñarnos a cuidar el planeta? Imaginemos por un instante al colector diciendo: “¡Petare, pero antes de bajar la botellita de plástico en el pote de reciclaje, que el ambiente te lo agradece!”. Sería una revolución.
De reyes del desorden a gurús del reciclaje
Los colectores tienen un don que muchos envidiarían: el arte de captar la atención masiva. Entre empujones, vueltas en U de película y la lucha diaria contra el tráfico, sus gritos son el equivalente caraqueño de un podcast en vivo. Pero, ¿por qué limitar ese talento a repetir las mismas frases apocalípticas? Podrían estar diciendo algo como: “Sabías que con cada botella plástica reciclada ahorras energía suficiente para cargar tu teléfono diez veces, ¡te lo juro, papá!”.
Claro, no todo sería tan sencillo. El caos caraqueño es un enemigo poderoso. Montarte en una camionetica en hora pico es como participar en los Juegos del Hambre, pero con empujones y sudor colectivo. Sin embargo, hasta en ese desorden, los colectores tienen el poder de moldear una nueva mentalidad. Podrían ofrecer pequeñas charlas entre paradas, regalar tips de ahorro de agua mientras revientan la corneta, o hasta convertir cada billete que recogen en un símbolo de cambio: “Si cada uno de ustedes trajera una botella retornable, Caracas sería otra cosa, ¿o no, mi pana?”.
El impacto de un cambio mínimo
La idea de colectores expertos en educación ambiental es tan improbable como deliciosa. Pero pensemos en las posibilidades: ¿Qué pasaría si en vez de ser el recordatorio diario del caos, el transporte público se convirtiera en un aula móvil? ¿Qué impacto tendría una conversación sencilla sobre la reducción y la contaminación en la psiquis del caraqueño promedio, acostumbrado a resolver todo “echándole pierna”?
Un transporte menos agresivo, un futuro más verde
El caos del transporte público nos golpea cada día, afectando no solo nuestro humor, sino nuestra percepción de comunidad. La agresividad inherente al sistema perpetúa un ciclo de frustración. Pero un pequeño giro —como convertir a los colectores en promotores ambientales— podría ser un primer paso para transformar ese espacio de caos en una herramienta de cambio social.
Al final, el transporte público no es solo un medio para ir de “Coche a Petare”, sino un reflejo de lo que somos como sociedad. Si los colectores pueden gritar con alma y pulmón “¡Petare vacíooo!”, también pueden recordarnos que el futuro está en nuestras manos. O mejor dicho, en nuestras bolsas de basura.
Digo yo... ¿Qué crees?
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