- 90 % menos biomasa de fauna salvaje.
- Humanidad y ganado acaparan el peso del planeta.
- Movimiento humano 40 veces mayor que el de la fauna silvestre.
- Ecosistemas con menos animales moviendo nutrientes y genes.
- Océanos con grandes mamíferos reducidos a una fracción de lo que fueron.
- Políticas de restauración como respuesta todavía insuficiente.
La alteración humana ha hecho caer la biomasa de animales salvajes en torno a un 90 %
Quien observa una avenida llena de coches, motos y personas percibe enseguida quién manda en el paisaje. Lo que cuesta más imaginar es cómo era el planeta antes de que la especie humana desbordara cualquier límite ecológico. Las últimas investigaciones de equipos del Caltech y del Instituto Weizmann de Ciencias ponen números a algo que se intuía: en apenas un par de siglos, la humanidad ha dado la vuelta a la balanza entre vida salvaje y vida domesticada. (California Institute of Technology)
Dos estudios recientes muestran que la biomasa de mamíferos salvajes –su peso total– se ha desplomado respecto a la era preindustrial, mientras que la biomasa humana y la de los animales de granja se ha disparado. A la vez, el movimiento de biomasa humana supera de largo al de los animales que todavía se desplazan libremente por tierra, mar y aire. (PubMed)
Lejos de ser solo una curiosidad estadística, este cambio afecta a la forma en que circulan los nutrientes, las semillas, la energía y la propia información genética en los ecosistemas. Es decir, toca el corazón del funcionamiento de la biosfera.
Humanos, mamíferos y movimiento
El primer estudio, liderado por Yuval Rosenberg, introduce un indicador nuevo: el “movimiento de biomasa”, que combina cuánta masa viva hay (por ejemplo, todos los mamíferos de una especie) con la distancia que recorre en un año. Así se pueden comparar, con la misma regla, migraciones de aves, cardúmenes de peces, desplazamientos humanos en coche o caminatas diarias.
Las conclusiones son contundentes: el movimiento de biomasa humana es hoy unas 40 veces mayor que el movimiento combinado de todos los mamíferos terrestres salvajes, aves y artrópodos de tierra. Y solo lo que se mueve la humanidad caminando ya multiplica por aproximadamente seis el movimiento de toda esa fauna terrestre y alada.
De media, cada persona recorre del orden de 30,6 kilómetros al día sumando desplazamientos a pie, en bicicleta, carretera, ferrocarril o avión. Alrededor de un 65 % de ese movimiento se realiza en coches o motos, un 10 % en avión, un 5 % en tren y el resto caminando o pedaleando.
Ese detalle es importante: aunque la movilidad a pie parece “limpia”, la mayor parte de la distancia recorrida se apoya en máquinas pesadas, alimentadas en gran medida por combustibles fósiles. Por eso, el movimiento humano no solo domina físicamente el planeta; también concentra la mayor parte del gasto energético asociado al transporte.
Por qué importa el movimiento animal
El desplazamiento de los animales no es un simple espectáculo de documentales. Cuando una bandada de aves cruza un humedal, o una manada de grandes herbívoros recorre una sabana, está moviendo nutrientes, semillas y microorganismos que fertilizan suelos, conectan hábitats y mantienen vivas las redes tróficas.
Los estudios globales sobre fauna muestran una disrupción generalizada del movimiento en aves, mamíferos, reptiles, anfibios, peces e invertebrados. Carreteras, presas, ciudades, vallados y ruido alteran cómo, cuándo y hasta dónde se desplazan las especies.
Cuando ese movimiento se corta o se reduce:
Costes energéticos y peso de las máquinas
Mover un mamífero cuesta energía. Mover un mamífero dentro de una máquina de una tonelada, muchísima más.
Los mamíferos de gran tamaño, incluidos los humanos, tienen un coste de transporte relativamente bajo por kilogramo y por kilómetro cuando se desplazan por sus propios medios. Un elefante o una persona caminando pueden recorrer largas distancias con un gasto energético manejable.
Todo cambia cuando entra en escena el motor. Al contar solo el peso del pasajero, un coche o un avión parecen eficientes. Pero, si se incluye el peso del vehículo y la energía necesaria para moverlo, la factura real se dispara. Y esa factura se multiplica por miles de millones de trayectos cada año.
Además, el estudio de Rosenberg muestra que el movimiento de biomasa humana en avión es unas diez veces mayor que el de todas las especies voladoras salvajes juntas. De hecho, una sola gran aerolínea puede llegar a consumir una cantidad de energía comparable a la gastada por todas las aves salvajes del planeta.
Es un contraste brutal: las migraciones masivas de África o los viajes transoceánicos de aves parecen colosales, pero quedan empequeñecidos si se comparan con el tráfico aéreo global o con los desplazamientos diarios hacia el trabajo en áreas metropolitanas.
Humanos, mamíferos y biomasa
El segundo estudio, liderado por Lior Greenspoon, reconstruye la biomasa de mamíferos desde 1850 y confirma un cambio de proporciones históricas. En torno a esa fecha, el peso total de los mamíferos salvajes era de unas 200 millones de toneladas, similar al de la humanidad y sus animales domésticos juntos. Hoy la foto es otra.
Quien observa una avenida llena de coches, motos y personas percibe enseguida quién manda en el paisaje. Lo que cuesta más imaginar es cómo era el planeta antes de que la especie humana desbordara cualquier límite ecológico. Las últimas investigaciones de equipos del Caltech y del Instituto Weizmann de Ciencias ponen números a algo que se intuía: en apenas un par de siglos, la humanidad ha dado la vuelta a la balanza entre vida salvaje y vida domesticada. (California Institute of Technology)
Dos estudios recientes muestran que la biomasa de mamíferos salvajes –su peso total– se ha desplomado respecto a la era preindustrial, mientras que la biomasa humana y la de los animales de granja se ha disparado. A la vez, el movimiento de biomasa humana supera de largo al de los animales que todavía se desplazan libremente por tierra, mar y aire. (PubMed)
Lejos de ser solo una curiosidad estadística, este cambio afecta a la forma en que circulan los nutrientes, las semillas, la energía y la propia información genética en los ecosistemas. Es decir, toca el corazón del funcionamiento de la biosfera.
Humanos, mamíferos y movimiento
El primer estudio, liderado por Yuval Rosenberg, introduce un indicador nuevo: el “movimiento de biomasa”, que combina cuánta masa viva hay (por ejemplo, todos los mamíferos de una especie) con la distancia que recorre en un año. Así se pueden comparar, con la misma regla, migraciones de aves, cardúmenes de peces, desplazamientos humanos en coche o caminatas diarias.
Las conclusiones son contundentes: el movimiento de biomasa humana es hoy unas 40 veces mayor que el movimiento combinado de todos los mamíferos terrestres salvajes, aves y artrópodos de tierra. Y solo lo que se mueve la humanidad caminando ya multiplica por aproximadamente seis el movimiento de toda esa fauna terrestre y alada.
Ese detalle es importante: aunque la movilidad a pie parece “limpia”, la mayor parte de la distancia recorrida se apoya en máquinas pesadas, alimentadas en gran medida por combustibles fósiles. Por eso, el movimiento humano no solo domina físicamente el planeta; también concentra la mayor parte del gasto energético asociado al transporte.
Por qué importa el movimiento animal
El desplazamiento de los animales no es un simple espectáculo de documentales. Cuando una bandada de aves cruza un humedal, o una manada de grandes herbívoros recorre una sabana, está moviendo nutrientes, semillas y microorganismos que fertilizan suelos, conectan hábitats y mantienen vivas las redes tróficas.
Los estudios globales sobre fauna muestran una disrupción generalizada del movimiento en aves, mamíferos, reptiles, anfibios, peces e invertebrados. Carreteras, presas, ciudades, vallados y ruido alteran cómo, cuándo y hasta dónde se desplazan las especies.
Cuando ese movimiento se corta o se reduce:
- las poblaciones quedan aisladas, con menos intercambio genético;
- se encoge el rango de distribución de muchas especies;
- se debilitan procesos que dan estabilidad a los ecosistemas, como la regeneración de bosques o el reciclaje de nutrientes.
Costes energéticos y peso de las máquinas
Mover un mamífero cuesta energía. Mover un mamífero dentro de una máquina de una tonelada, muchísima más.
Los mamíferos de gran tamaño, incluidos los humanos, tienen un coste de transporte relativamente bajo por kilogramo y por kilómetro cuando se desplazan por sus propios medios. Un elefante o una persona caminando pueden recorrer largas distancias con un gasto energético manejable.
Todo cambia cuando entra en escena el motor. Al contar solo el peso del pasajero, un coche o un avión parecen eficientes. Pero, si se incluye el peso del vehículo y la energía necesaria para moverlo, la factura real se dispara. Y esa factura se multiplica por miles de millones de trayectos cada año.
Además, el estudio de Rosenberg muestra que el movimiento de biomasa humana en avión es unas diez veces mayor que el de todas las especies voladoras salvajes juntas. De hecho, una sola gran aerolínea puede llegar a consumir una cantidad de energía comparable a la gastada por todas las aves salvajes del planeta.
Es un contraste brutal: las migraciones masivas de África o los viajes transoceánicos de aves parecen colosales, pero quedan empequeñecidos si se comparan con el tráfico aéreo global o con los desplazamientos diarios hacia el trabajo en áreas metropolitanas.
Humanos, mamíferos y biomasa
El segundo estudio, liderado por Lior Greenspoon, reconstruye la biomasa de mamíferos desde 1850 y confirma un cambio de proporciones históricas. En torno a esa fecha, el peso total de los mamíferos salvajes era de unas 200 millones de toneladas, similar al de la humanidad y sus animales domésticos juntos. Hoy la foto es otra.
Según las estimaciones, la biomasa de mamíferos salvajes –terrestres y marinos– ha caído a unas 60 millones de toneladas, un descenso de alrededor del 70 % desde la era preindustrial. Mientras tanto, la biomasa humana y la del ganado han aumentado hasta alcanzar en torno a 1.100 millones de toneladas combinadas.
En otras palabras: la gente y sus animales de granja concentran hoy la inmensa mayoría del peso mamífero del planeta, mientras que la fauna salvaje queda relegada a una fracción mínima. Análisis complementarios indican que, en 2015, el ganado representaba alrededor del 62 % de la biomasa de mamíferos, los humanos el 34 % y los mamíferos salvajes apenas el 4 %.
El equipo insiste en la importancia de fijar líneas de base cuantitativas para no caer en el llamado “síndrome de la línea base cambiante”: cada generación percibe como “normal” el estado de la naturaleza que conoció en su infancia, y pierde de vista cuánto se ha degradado en realidad el sistema.
Colapso de biomasa y movimiento en los océanos
El golpe ha sido especialmente duro en el mar. La biomasa de mamíferos marinos, como ballenas y delfines, se ha reducido alrededor de un 70 % desde mediados del siglo XIX, sobre todo por la caza industrial y por ciertas pesquerías que alteran brutalmente las cadenas tróficas.
Al mismo tiempo, el estudio sobre movimiento estima que la movilidad de la fauna marina –el mayor componente de movimiento de biomasa del planeta– se ha reducido aproximadamente a la mitad desde 1850, mientras que el movimiento de biomasa humana ha crecido en torno a un 4.000 %.
Las ballenas son un buen ejemplo de por qué esto importa. Cada animal que se alimenta en aguas profundas y defeca cerca de la superficie actúa como una bomba de nutrientes, trasladando nitrógeno, fósforo y otros elementos clave hacia zonas iluminadas donde el fitoplancton puede aprovecharlos. Menos ballenas significa menos “abono” marino, y eso afecta a toda la red ecológica, incluida la capacidad del océano para secuestrar CO₂.
Durante el siglo XX, la humanidad mató varios millones de ballenas. Los autores señalan que la cantidad de nutrientes que esos animales habrían reciclado cada año es comparable a la que hoy se aplica en forma de fertilizantes sintéticos en muchos ecosistemas marinos costeros.
No es solo una cuestión de compasión por especies carismáticas; es un cambio profundo en el funcionamiento bioquímico del océano.
Humanos, mamíferos y el futuro
Visto en conjunto, el mensaje de estos trabajos es incómodo: la especie humana ha pasado en muy poco tiempo de ser un actor más a ocupar casi todo el espacio físico, energético y ecológico disponible para los mamíferos. Dominio en peso, dominio en movimiento, dominio en uso de recursos.
Sin embargo, la propia cuantificación abre una puerta. Medir con precisión cuánta biomasa queda, cuánto se mueve y cómo se distribuye permite evaluar políticas, comparar escenarios de uso del suelo, de movilidad o de dietas, y comprobar si las decisiones reducen realmente la presión sobre la fauna salvaje o se quedan en papel mojado.
La elección es clara: o se reduce la huella material y energética del modelo actual, o la biomasa salvaje seguirá comprimida hasta límites cada vez más estrechos.
Las cifras no son un simple catálogo de daños. Son una brújula. Ponen de relieve que la humanidad ha ocupado demasiado espacio físico y ecológico, pero también señalan que hay margen para devolver protagonismo a la vida salvaje mientras se construyen sociedades más habitables, con menos dependencia del coche, sistemas alimentarios más justos y paisajes más resilientes.
No se trata solo de salvar especies icónicas. Se trata de recuperar el tejido vivo del planeta del que la propia humanidad depende, aunque a veces lo olvide.
En otras palabras: la gente y sus animales de granja concentran hoy la inmensa mayoría del peso mamífero del planeta, mientras que la fauna salvaje queda relegada a una fracción mínima. Análisis complementarios indican que, en 2015, el ganado representaba alrededor del 62 % de la biomasa de mamíferos, los humanos el 34 % y los mamíferos salvajes apenas el 4 %.
El equipo insiste en la importancia de fijar líneas de base cuantitativas para no caer en el llamado “síndrome de la línea base cambiante”: cada generación percibe como “normal” el estado de la naturaleza que conoció en su infancia, y pierde de vista cuánto se ha degradado en realidad el sistema.
Colapso de biomasa y movimiento en los océanos
El golpe ha sido especialmente duro en el mar. La biomasa de mamíferos marinos, como ballenas y delfines, se ha reducido alrededor de un 70 % desde mediados del siglo XIX, sobre todo por la caza industrial y por ciertas pesquerías que alteran brutalmente las cadenas tróficas.
Al mismo tiempo, el estudio sobre movimiento estima que la movilidad de la fauna marina –el mayor componente de movimiento de biomasa del planeta– se ha reducido aproximadamente a la mitad desde 1850, mientras que el movimiento de biomasa humana ha crecido en torno a un 4.000 %.
Las ballenas son un buen ejemplo de por qué esto importa. Cada animal que se alimenta en aguas profundas y defeca cerca de la superficie actúa como una bomba de nutrientes, trasladando nitrógeno, fósforo y otros elementos clave hacia zonas iluminadas donde el fitoplancton puede aprovecharlos. Menos ballenas significa menos “abono” marino, y eso afecta a toda la red ecológica, incluida la capacidad del océano para secuestrar CO₂.
Durante el siglo XX, la humanidad mató varios millones de ballenas. Los autores señalan que la cantidad de nutrientes que esos animales habrían reciclado cada año es comparable a la que hoy se aplica en forma de fertilizantes sintéticos en muchos ecosistemas marinos costeros.
No es solo una cuestión de compasión por especies carismáticas; es un cambio profundo en el funcionamiento bioquímico del océano.
Humanos, mamíferos y el futuro
Visto en conjunto, el mensaje de estos trabajos es incómodo: la especie humana ha pasado en muy poco tiempo de ser un actor más a ocupar casi todo el espacio físico, energético y ecológico disponible para los mamíferos. Dominio en peso, dominio en movimiento, dominio en uso de recursos.
Sin embargo, la propia cuantificación abre una puerta. Medir con precisión cuánta biomasa queda, cuánto se mueve y cómo se distribuye permite evaluar políticas, comparar escenarios de uso del suelo, de movilidad o de dietas, y comprobar si las decisiones reducen realmente la presión sobre la fauna salvaje o se quedan en papel mojado.
La elección es clara: o se reduce la huella material y energética del modelo actual, o la biomasa salvaje seguirá comprimida hasta límites cada vez más estrechos.
Las cifras no son un simple catálogo de daños. Son una brújula. Ponen de relieve que la humanidad ha ocupado demasiado espacio físico y ecológico, pero también señalan que hay margen para devolver protagonismo a la vida salvaje mientras se construyen sociedades más habitables, con menos dependencia del coche, sistemas alimentarios más justos y paisajes más resilientes.
No se trata solo de salvar especies icónicas. Se trata de recuperar el tejido vivo del planeta del que la propia humanidad depende, aunque a veces lo olvide.
Tomado de:



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