- El Refugio de Vida Silvestre Cuero y Salado abarca los municipios de Esparta, San Francisco, La Masica y El Porvenir, en el departamento de Atlántida, con un área de 13 225 hectáreas.
- En Honduras hay registros de hasta 400 manatíes antillanos y solo en el refugio de Cuero y Salado se han reportado alrededor de 40.
- La conservación del área ha logrado que los habitantes comprendan la importancia de la especie.
- Las comunidades se han involucrado en grupos de guía y vigilancia, respetando la convivencia con 300 especies de plantas, manglares y animales del refugio.
Para acceder a Salado Barra, los visitantes y pobladores deben viajar durante 35 minutos en “la burra”, un medio de transporte artesanal construido principalmente con madera y apoyado sobre cuatro ruedas metálicas que se desplazan por los rieles del antiguo tren de carga. “La burra” es impulsada de forma manual por una persona en una motocicleta, mientras otra va de pie avisando el posible cruce de gente y animales. Este método surgió durante la pandemia del COVID-19, cuando el tren de carga, uno de los remanentes que dejó la Compañía Bananera Standard Fruit —que transportaba el coco y banano de esa zona— dejó de funcionar.
El refugio fue declarado área protegida con 8700 hectáreas. En 1989, la superficie protegida se amplió a 13 225 hectáreas comprendidas entre los municipios de Esparta, San Francisco, La Masica y el Porvenir, en el departamento de Atlántida. Dentro de esta reforma también se estableció que la administración técnica del refugio estaría a cargo de la Fundación Cuero y Salado, en coordinación con el Instituto Nacional de Conservación Forestal (ICF).
La comunidad Salado y Barra ha aprendido a lo largo de los años la importancia de la conservación del refugio y de todo lo que en él habita. Foto: Julio Euceda
Jarol Estrada, quien actualmente es parte del Programa de Investigación de la Fundación Cuero y Salado, es un joven de 36 años que nació y creció en la comunidad Salado Barra. Por eso, asegura que conoce el refugio como la palma de su mano. “La única temporada que me fui de la comunidad fue cuando decidí especializarme y entrar a la Universidad. Mi único objetivo al salir a estudiar fue regresar aquí con más conocimientos, porque me gusta y quiero enseñar a las nuevas generaciones la importancia de cuidar lo que tenemos”, afirma. Para él, es necesario que la comunidad entienda lo que significa cuidar los ecosistemas y el riesgo de perder la riqueza natural que existe en Cuero y Salado.
El Refugio de Vida Silvestre resguarda especies de mamíferos como manatíes, monos aulladores, osos hormigueros, venados de cola blanca y tigrillos, entre otros. También tiene 200 tipos de aves entre las que se destacan pelícanos, garzas blancas, águilas pescadoras e ibis blancos. Hay reptiles, como cocodrilos, iguanas y tortugas de río, así como peces manjúa, róbalo y tilapia. Además, se encuentran muchas especies estuarinas que usan los canales del refugio como zonas de crianza.
La comunidad Salado y Barra ha aprendido a lo largo de los años la importancia de la conservación del refugio y de todo lo que en él habita. A través de procesos de capacitación y participación comunitaria, han conformado diferentes grupos: guías locales para los turistas, custodios ambientales, grupos de pesca artesanal, “burreros” que trasladan a los visitantes y jóvenes que lideran la formación ambiental.
El Refugio de Vida Silvestre Cuero y Salado se ubica entre los municipios de Esparta, San Francisco, La Masica y El Porvenir, en el departamento de Atlántida. Foto: cortesía Julio Euceda
El manatí antillano, en peligro de extinción
Una de las razones para declarar esa área como protegida fue el descubrimiento del manatí antillano (Trichechus manatus) en la zona, en 1987, por académicos del Centro Universitario Regional del Litoral Atlántico (CURLA). Se trata de un mamífero acuático grande y gris, popularmente conocido como vaca marina. Tiene dos extremidades superiores, llamadas aletas, con tres o cuatro uñas en cada una y una cola aplanada. Según estudios, el manatí adulto promedio mide unos tres metros de largo, pesa entre 360 y 540 kilos, y se encuentra en toda la costa caribeña.
Por ser un mamífero amenazado por la caza, las aguas contaminadas y el exceso de sedimentos en el fondo de los ríos —lo que impide que se desplace libremente por su hábitat— en 2014 se creó el Comité Nacional del Manatí Antillano en Honduras, que coordina los esfuerzos por la protección de la especie. El comité también se encarga de la verificación de la calidad del agua, la alimentación del animal y las distintas actividades humanas cerca de áreas protegidas en los departamentos de Cortés, Atlántida, Colón y Gracias a Dios. Según el biólogo Arles García, coordinador de Investigación de la Fundación, existen entre 250 y 400 individuos en todo el país, de los cuales hay unos 40 ejemplares solo en el refugio de Cuero y Salado.
En entrevista con Mongabay Latam y Radio Progreso, Jarol Estrada explicó que el manatí es difícil de comprender. Aunque se moviliza en mar abierto, es un animal de agua dulce, por eso busca el estuario de la comunidad de Salado y Barra: un cuerpo de agua costero donde el agua salada del mar se mezcla con el flujo dulce de los ríos. Además, pese a su enorme tamaño, es herbívoro, por lo que se alimenta de diferentes plantas que se encuentran en las barreras de los manglares. La Fundación Cuero y Salado, junto al Comité Nacional, han logrado caracterizar al menos 25 tipos de plantas que consumen los manatíes.
“El manatí es el símbolo de este refugio, pero está en peligro de extinción. Es un animal que no tiene garras, que no se puede defender como un jaguar u otro animal con sus uñas o colmillos. Además, la misma gente lo ha llevado a estar en peligro de extinción”, asegura Estrada. Años atrás, recuerda que algunos ancianos de la comunidad le contaban que todos los meses asesinaban a un manatí porque “eso significaba comida para toda la comunidad”.
De ahí que, para él, la única forma de proteger y evitar que esto siga sucediendo es “generando conciencia”: que se evite la caza del animal y se vele por la protección de todo el ecosistema que lo rodea, especialmente los manglares, que son los que crean la barrera protectora de Cuero y Salado.
El manatí antillano es considerado una especie vulnerable a la extinción según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y se encuentra en el Apéndice I de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), donde se prohíbe el comercio de cualquier producto derivado de él. Además, está protegido por la Convención de Cartagena (SPAW), la cual prohíbe “tomar, matar, comprar o vender manatíes, incluyendo partes o productos hechos a partir de manatíes”. A nivel local, en Honduras, se considera un animal en peligro crítico de extinción.
Jarol Estrada, junto a otros miembros de la comunidad de Salado Barra, participa en el levantamiento de un manatí que fue encontrado sin vida en el área protegida. Foto: cortesía FUCSA
Las amenazas del área protegida
Para Jarol Estrada, la principal amenaza que afecta al Refugio de Vida Silvestre Cuero y Salado es el desconocimiento sobre el cuidado de los recursos naturales. Siendo un área protegida, explica Estrada, no se puede realizar cualquier actividad que altere los ecosistemas. “En los últimos años, hay muchas familias que adquieren terrenos contiguos al área protegida y deciden comenzar actividades ganaderas o siembran palma africana. Esas actividades alteran el hábitat”, afirma.
En 2023, a raíz de varias denuncias, el Ministerio Público realizó una inspección de campo para evaluar el impacto del monocultivo de palma aceitera y otros daños ambientales en la zona de amortiguamiento del Parque Nacional Cuero y Salado. Entre las sospechas estaba que estas actividades podrían estar relacionadas con la muerte de un manatí. Según el vocero de la Fiscalía, Yuri Mora, el caso aún se encuentra en proceso de investigación.
Aunque no recuerda el dato con exactitud, Estrada relata que los últimos manatíes que han encontrado muertos tenían hierbas en la boca, lo que indica que estaban alimentándose al momento de fallecer. Además, señala que, según los pocos estudios que se han podido realizar, se ha descartado que hayan sido atacados por otros animales, lo que deja abierto el interrogante sobre por qué mueren mientras comen.
El ingeniero forestal Carlos Rivera, del Centro Universitario Regional del Litoral Atlántico (CURLA), explica que no se está atendiendo el cuidado del mangle, que es necesario para preservar el área protegida. “La barrera de manglar sirve para que el mar o las aguas no entren a tierra firme, pero también es el refugio de una gran cantidad de peces. Además, retiene nutrientes y es alimento de muchas especies, como el manatí”, asegura.
Otra de las amenazas —afirma— puede ser la contaminación del agua por desechos industriales y productos químicos, incluidos los plaguicidas utilizados en la agricultura. Así como la tala inconsciente de los bosques, lo que podría afectar los niveles de agua en los hábitats y afectar los refugios de las especies.
El manglar sirve como una barrera de protección de tierra firme y, además, es fuente de alimento para el manatí. Foto: cortesía Julio Euceda
Desafíos y avances en la protección del manatí
La Fundación Cuero y Salado (FUCSA) fue fundada en 1987 y actualmente es la comanejadora del territorio terrestre y marítimo del área protegida, en colaboración con el Instituto de Conservación Forestal y Vidafs Silvestre (ICF) y las municipalidades de Esparta, La Másica, San Francisco y El Porvenir, los cuatro municipios que abarca el refugio.
La coordinación estatal se limita a la creación de informes por parte de la Fundación, que son entregados al ICF, y al seguimiento a algunas denuncias que se interponen ante la Fiscalía del Medio Ambiente. En la actualidad, también hay presencia del Batallón Verde de las Fuerzas Armadas de Honduras como custodios de áreas protegidas.
Sin embargo, para Jarol Estrada, hay muchos procesos que no son ágiles para la atención que se requiere. “No se cuenta con mucho apoyo económico del Estado que permita la sostenibilidad de la Fundación o crear procesos de educación ambiental para que la gente tenga más conciencia”, indica.
Estrada participa del Programa de Investigación de la Fundación coordinando la logística y atendiendo la visita de grupos turísticos o académicos. Desde muy joven ha estado involucrado en los diferentes programas: fue guía turístico, protector del refugio y parte del equipo de monitoreo de los manatíes. Durante su gestión, la Fundación ha logrado trabajar en alianza con la comunidad de Salado Barra para el manejo de los ecosistemas, así como la reglamentación del uso de bienes naturales y el monitoreo de las especies.
“El monitoreo de manatíes se hace una vez cada dos meses en toda el área protegida y consiste en identificar la presencia o ausencia del animal. Estos reportes nos permiten saber los lugares donde tiene mayor presencia, las horas en las que se ve, la profundidad a la que se están moviendo, entre otros factores”, explica el coordinador. En la actualidad, la Fundación tiene identificados 11 puntos de monitoreo que se visitan durante 20 minutos a lo largo de la jornada.
Sin embargo, para Jarol Estrada, hay muchos procesos que no son ágiles para la atención que se requiere. “No se cuenta con mucho apoyo económico del Estado que permita la sostenibilidad de la Fundación o crear procesos de educación ambiental para que la gente tenga más conciencia”, indica.
Estrada participa del Programa de Investigación de la Fundación coordinando la logística y atendiendo la visita de grupos turísticos o académicos. Desde muy joven ha estado involucrado en los diferentes programas: fue guía turístico, protector del refugio y parte del equipo de monitoreo de los manatíes. Durante su gestión, la Fundación ha logrado trabajar en alianza con la comunidad de Salado Barra para el manejo de los ecosistemas, así como la reglamentación del uso de bienes naturales y el monitoreo de las especies.
“El monitoreo de manatíes se hace una vez cada dos meses en toda el área protegida y consiste en identificar la presencia o ausencia del animal. Estos reportes nos permiten saber los lugares donde tiene mayor presencia, las horas en las que se ve, la profundidad a la que se están moviendo, entre otros factores”, explica el coordinador. En la actualidad, la Fundación tiene identificados 11 puntos de monitoreo que se visitan durante 20 minutos a lo largo de la jornada.
Según el biólogo Arles García, coordinador de investigación de la Fundación, estos monitoreos han permitido identificar y caracterizar las especies vegetales de las que el manatí se alimenta, así como los horarios de mayor actividad, que son entre las 7 y 9 de la mañana. También han logrado identificar entre 6 y 8 individuos por día o por monitoreo.
“Adicionalmente, hemos iniciado el monitoreo a través de hidrófonos, que son una especie de micrófonos subacuáticos que trabajan con el sonido de estos individuos. Así es posible generar datos de densidad poblacional”, insiste García, quien agrega que los monitoreos también se hacen a través de drones y de sonares (unos sensores especiales de proximidad).
Jarol relata que desde FUCSA han logrado ser pioneros en la conservación y en la búsqueda de diversos métodos que les permiten actuar en momentos de emergencia. “La organización tiene un laboratorio para obtener muestras de sangre de los animales, conocer los tejidos o identificar las causas de muerte de los manatíes”, dice.
Otra de las organizaciones que ha participado en el estudio del área protegida, por su cercanía territorial, es el Centro Regional del Litoral Atlántico (CURLA), de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Emilia Cruz, docente del CURLA, indica que, desde allí, han trabajado haciendo monitoreos que ayudan a definir el índice de calidad de agua. “Con el tiempo hemos visto cómo se ha deteriorado un poco la calidad, y esto también se vuelve importante tanto para los peces como para el manatí. Además, hubo un levantamiento de información base con las comunidades para ver qué sabían ellas del manatí, su percepción y los avistamientos”, explica.
Una de las pasiones de Jarol Estrada es enseñar a otros a proteger el Parque Nacional Cuero y Salado. Foto: cortesía Jarol Estrada
Trabajo en comunidad: la base de la conservación
FUCSA es parte del Comité Nacional del Manatí Antillano (CNMA), que reúne a diversas organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, académicas, ambientales y comunitarias, con el objetivo de coordinar esfuerzos que permitan la conservación y el monitoreo del Corredor Biológico del Caribe hondureño.
Estas coordinaciones permiten atender casos especiales de manatíes, como cuando se encuentra un ejemplar herido o en condición vulnerable, así como evaluar amenazas y proponer soluciones. Dentro de las áreas de trabajo han identificado la necesidad de fomentar la educación ambiental y sensibilizar a las comunidades sobre prácticas más sostenibles.
A lo largo de tres décadas, FUCSA ha desarrollado diferentes grupos de trabajo que cuentan con la participación de la comunidad para la preservación del área.
Katherine Martínez es una joven de 17 años y vive actualmente en Salado y Barra con su familia. Es guía turística terrestre y acuática y participar del programa le permitió “conocer animales que nunca pensó conocer”. “He visto al manatí, es un animal grande y bonito, y está en peligro de extinción… por eso cuidamos este lugar. A veces vienen cruceros a la barrera del mar y me toca llevarlos al recorrido y explicar lo que hay en Cuero y Salado”, relata.
Esas actividades han permitido generar ingresos para las familias de la zona, además de conocer a profundidad la flora y fauna que los rodea.
Otra función importante de la comunidad de Salado y Barra es velar por el cumplimiento de las reglas y prohibiciones dentro del área protegida. Allí está estrictamente prohibido navegar por el estuario o los manglares a alta velocidad —porque se podría lastimar a los animales—, así como el corte de madera y árboles. En caso de que eso ocurra, la madera debe ser decomisada.
Tal fue el caso en abril de 2025, cuando personas desconocidas talaron cerca de 20 hectáreas de bosque para destinar el terreno a la crianza de ganado y la construcción de viviendas. Como respuesta, el Instituto de Conservación Forestal decomisó los bienes y destruyó la infraestructura.
La pesca artesanal, permitida dentro del refugio, representa una fuente de sustento para varias familias de la zona. Foto: cortesía Julio Euceda
“Aquí las familias se dedican a la pesca, que es su mayor fuente de ingresos. Pero lo hacen bajo los lineamientos de protección. Está permitido pescar siempre y cuando sea sólo con cáñamo, de forma artesanal”, explica Jarol Estrada.
Para quienes visitan el Refugio de Vida Silvestre Cuero y Salado, el ingreso tiene un costo “simbólico” de 10 dólares por persona. Esta tarifa incluye el viaje en “la burra” y el recorrido en lancha dentro del parque. Los fondos recaudados permiten implementar proyectos comunitarios y continuar con los procesos de formación en gestión de recursos y protección del área protegida.
Gracias a la conservación del refugio, la comunidad ha logrado desarrollar proyectos de gran impacto social, como la electrificación, el acceso al agua potable, la construcción de viviendas y el fortalecimiento del sistema educativo. Actualmente, se ofrece educación desde el nivel preescolar hasta el bachillerato, con un programa técnico en “Desarrollo Sostenible”. Este bachillerato forma a los jóvenes en prácticas de conservación y fomenta su empoderamiento y participación activa en la protección del área.
Se estima que hay alrededor de 300 especies —entre plantas, manglares y animales— que se pueden encontrar en el Refugio de Vida Silvestre Cuero y Salado. Foto: cortesía FUCSA
A estos jóvenes se les conoce como “protectores ambientales” y junto a ellos se impulsan diversas iniciativas, como proyectos de reciclaje y educación ambiental.
Mientras el equipo de Mongabay Latam camina alrededor de los espejos de agua del Refugio de Vida Silvestre Cuero y Salado, Jarol relata las experiencias que más entusiasman a la comunidad. “En la oscuridad se puede ver las crías de los cocodrilos que van hacia el río, se ven aquellos ojos como luciérnagas rojas que iluminan la noche”, dice.
Para él, proteger Cuero y Salado no es un trabajo, es un deber: “Si no enseñamos a los niños a cuidar lo que tenemos, viviremos enfermos o moriremos pronto”.
“Adicionalmente, hemos iniciado el monitoreo a través de hidrófonos, que son una especie de micrófonos subacuáticos que trabajan con el sonido de estos individuos. Así es posible generar datos de densidad poblacional”, insiste García, quien agrega que los monitoreos también se hacen a través de drones y de sonares (unos sensores especiales de proximidad).
Jarol relata que desde FUCSA han logrado ser pioneros en la conservación y en la búsqueda de diversos métodos que les permiten actuar en momentos de emergencia. “La organización tiene un laboratorio para obtener muestras de sangre de los animales, conocer los tejidos o identificar las causas de muerte de los manatíes”, dice.
Otra de las organizaciones que ha participado en el estudio del área protegida, por su cercanía territorial, es el Centro Regional del Litoral Atlántico (CURLA), de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Emilia Cruz, docente del CURLA, indica que, desde allí, han trabajado haciendo monitoreos que ayudan a definir el índice de calidad de agua. “Con el tiempo hemos visto cómo se ha deteriorado un poco la calidad, y esto también se vuelve importante tanto para los peces como para el manatí. Además, hubo un levantamiento de información base con las comunidades para ver qué sabían ellas del manatí, su percepción y los avistamientos”, explica.
Una de las pasiones de Jarol Estrada es enseñar a otros a proteger el Parque Nacional Cuero y Salado. Foto: cortesía Jarol Estrada
Trabajo en comunidad: la base de la conservación
FUCSA es parte del Comité Nacional del Manatí Antillano (CNMA), que reúne a diversas organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, académicas, ambientales y comunitarias, con el objetivo de coordinar esfuerzos que permitan la conservación y el monitoreo del Corredor Biológico del Caribe hondureño.
Estas coordinaciones permiten atender casos especiales de manatíes, como cuando se encuentra un ejemplar herido o en condición vulnerable, así como evaluar amenazas y proponer soluciones. Dentro de las áreas de trabajo han identificado la necesidad de fomentar la educación ambiental y sensibilizar a las comunidades sobre prácticas más sostenibles.
A lo largo de tres décadas, FUCSA ha desarrollado diferentes grupos de trabajo que cuentan con la participación de la comunidad para la preservación del área.
Katherine Martínez es una joven de 17 años y vive actualmente en Salado y Barra con su familia. Es guía turística terrestre y acuática y participar del programa le permitió “conocer animales que nunca pensó conocer”. “He visto al manatí, es un animal grande y bonito, y está en peligro de extinción… por eso cuidamos este lugar. A veces vienen cruceros a la barrera del mar y me toca llevarlos al recorrido y explicar lo que hay en Cuero y Salado”, relata.
Esas actividades han permitido generar ingresos para las familias de la zona, además de conocer a profundidad la flora y fauna que los rodea.
Otra función importante de la comunidad de Salado y Barra es velar por el cumplimiento de las reglas y prohibiciones dentro del área protegida. Allí está estrictamente prohibido navegar por el estuario o los manglares a alta velocidad —porque se podría lastimar a los animales—, así como el corte de madera y árboles. En caso de que eso ocurra, la madera debe ser decomisada.
Tal fue el caso en abril de 2025, cuando personas desconocidas talaron cerca de 20 hectáreas de bosque para destinar el terreno a la crianza de ganado y la construcción de viviendas. Como respuesta, el Instituto de Conservación Forestal decomisó los bienes y destruyó la infraestructura.
La pesca artesanal, permitida dentro del refugio, representa una fuente de sustento para varias familias de la zona. Foto: cortesía Julio Euceda
“Aquí las familias se dedican a la pesca, que es su mayor fuente de ingresos. Pero lo hacen bajo los lineamientos de protección. Está permitido pescar siempre y cuando sea sólo con cáñamo, de forma artesanal”, explica Jarol Estrada.
Para quienes visitan el Refugio de Vida Silvestre Cuero y Salado, el ingreso tiene un costo “simbólico” de 10 dólares por persona. Esta tarifa incluye el viaje en “la burra” y el recorrido en lancha dentro del parque. Los fondos recaudados permiten implementar proyectos comunitarios y continuar con los procesos de formación en gestión de recursos y protección del área protegida.
Gracias a la conservación del refugio, la comunidad ha logrado desarrollar proyectos de gran impacto social, como la electrificación, el acceso al agua potable, la construcción de viviendas y el fortalecimiento del sistema educativo. Actualmente, se ofrece educación desde el nivel preescolar hasta el bachillerato, con un programa técnico en “Desarrollo Sostenible”. Este bachillerato forma a los jóvenes en prácticas de conservación y fomenta su empoderamiento y participación activa en la protección del área.
Se estima que hay alrededor de 300 especies —entre plantas, manglares y animales— que se pueden encontrar en el Refugio de Vida Silvestre Cuero y Salado. Foto: cortesía FUCSA
A estos jóvenes se les conoce como “protectores ambientales” y junto a ellos se impulsan diversas iniciativas, como proyectos de reciclaje y educación ambiental.
Mientras el equipo de Mongabay Latam camina alrededor de los espejos de agua del Refugio de Vida Silvestre Cuero y Salado, Jarol relata las experiencias que más entusiasman a la comunidad. “En la oscuridad se puede ver las crías de los cocodrilos que van hacia el río, se ven aquellos ojos como luciérnagas rojas que iluminan la noche”, dice.
Para él, proteger Cuero y Salado no es un trabajo, es un deber: “Si no enseñamos a los niños a cuidar lo que tenemos, viviremos enfermos o moriremos pronto”.
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