POR: Íñigo Alfonso Imízcoz
Ilustración: Óscar Gutiérrez
El escritor estadounidense David Foster Wallace se embarcó en un crucero por el Caribe durante una semana y escribió en Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer un retrato lúcido y amargo de la cultura de masas norteamericana. «Todas las megalíneas ofrecen básicamente el mismo producto. No es un servicio ni una serie de servicios. Ni siquiera es una semana de diversión. […] Es más bien una sensación».
Tres décadas después, este texto sigue aproximándose con acierto a los fundamentos culturales que, al menos en Occidente, hacen que millones de personas decidan probar suerte: viajar en busca de una sensación. Una que han comprado de antemano. Que la encuentren o no dependerá de lo altas que estén sus expectativas. También del azar que, hay que reconocer, rueda como la bola de la ruleta en esos casinos plagados de turistas.
En la era de digitalización total y de los algoritmos que conducen nuestras preferencias y opiniones, paradójicamente, el turismo masificado mantiene intacto su atractivo para un gran número de viajeros. A pesar del individualismo creciente que generan los modelos de vida, trabajo y ocio a la carta, a la hora de viajar —incluso tras la pandemia del Covid— a una gran mayoría no le importa compartir destino con miles de personas si su experiencia mimética —si su sensación, parafraseando a Wallace— cabe en un selfi, en un like, o en un buen hilo en redes que exhibir. Por esto, avanzado ya el siglo XXI, la masificación del turismo sigue dejando una pregunta en el aire: ¿cómo hay que afrontarlo? Aproximar una respuesta, o varias, ante la enorme presión que experimentan ciudades, destinos, poblaciones y recursos es más urgente que nunca.
El malestar de la masificación
Las previsiones del Gobierno indican que 2025 terminará en España con otro récord en llegadas de turistas extranjeros. El año pasado pulverizó las marcas con 94 millones de viajeros y volvió a crecer el gasto turístico. La Organización Mundial del Turismo afirma en su último informe que Oriente Medio, África y Europa han superado ya el bajón de la pandemia y se encuentran por encima de los niveles de 2019. El turismo escala hasta el 10% del PIB del planeta. Y en el caso de España supera ya el 12% del PIB.
Pero los buenos datos siempre tienen su cruz. Es verdad que el modelo español no basa únicamente su rentabilidad en la respuesta a una demanda masiva que agradece la seguridad y los precios competitivos que ofrecen nuestras costas y ciudades, pero es una porción muy importante de la tarta y cada récord de llegadas encierra el modelo económico, un poco más, en su propio laberinto. Porque lo hace más dependiente todavía. Y porque difumina los incentivos para el cambio. La masificación ofrece hoy ingresos a los que nadie está dispuesto a renunciar: crea empleo, genera consumo y posibilidades, y aumenta la recaudación. Es la cortina de las grandes cifras que esconde también otras muchas realidades, algunas, bastante incómodas. En tiempos de crisis climática, es una actividad amenazada por el calentamiento global.
El director y escritor David Trueba se preguntaba al inicio de este año si «ordeñar nuestra única propiedad colectiva, la ciudad, el paisaje, la esencia de nuestra forma de vida» es una forma inteligente de crecer. Para miles de personas que sufren los efectos de la masificación, no cabe debate. En la primavera de 2025, miles de personas han salido a las calles en ciudades de España, Portugal e Italia para reclamar un cambio real de modelo. El malestar es el mejor combustible de la protesta.
En las Baleares, más allá de la masificación de playas y calas, la burbuja turística está restringiendo el acceso a la vivienda y genera graves desajustes sociales. Por citar dos ejemplos extremos: uno, es difícil encontrar profesionales cualificados como los especialistas en sanidad si la cantidad destinada a pagar el alquiler es desorbitada; y dos, los campamentos para los trabajadores turísticos —con tiendas de campaña y caravanas cerca de los hoteles en los que están empleados— emergen como un fallo claro del sistema.
Las empresas turísticas proponen trabajar por un sistema desestacionalizado y desconcentrado
Esas marchas ciudadanas que prenden por buena parte del país exigen frenar «la especulación, la desigualdad y el crecimiento infinito». El movimiento Canarias tiene un límite reclama además «la paralización inmediata de proyectos en zonas de alto valor ecológico; el derribo de los declarados ilegales; una moratoria hotelera y vacacional; una ley de residencia; y la implantación de la tasa turística real».
En las ciudades más dinámicas donde esta actividad está transformando barrios del centro y generando una considerable bolsa de alojamientos fraudulentos, las asociaciones vecinales solicitan medidas urgentes para que la población local no abandone sus viviendas y un plan contra las aglomeraciones y el ruido. El Ministerio de Consumo y el Ayuntamiento estiman que dentro del perímetro de Madrid existen 15.000 pisos turísticos que operan sin licencia. En 2024, se abrieron 600 expedientes. En Barcelona, se dictaron 800 órdenes de cese de actividad. Y en Málaga capital no se autorizarán más en los barrios en los que esta oferta supere el 8%.
El malestar con la masificación combustiona en muchas urbes, pero ¿está creciendo la turismofobia en España? No debería… si realmente se actuara contra los excesos que incomodan a la población local. El sector alerta del «sinsentido» que significaría un clima extendido de rechazo contra una actividad que es el pulmón económico del país.
El turismo escala hasta el 10% del PIB del planeta
Según los cálculos de Exceltur, la organización que reúne a las grandes empresas turísticas españolas, el año pasado el turismo creó más de 72.000 nuevos puestos de trabajo y 493.000 desde finales de 2020. Y la Mesa del Turismo añade que la actividad aporta 64.000 millones de euros de saldo positivo a la balanza de pagos. Esta asociación empresarial y profesional lamenta que para algunos la solución esté «en provocar enfrentamientos o manifestaciones». Su presidente, Juan Molas, opina que la turismofobia «crea crispación social» y no genera condiciones para resolver la «masificación de algunos destinos en ciertas épocas del año». Propone trabajar por un sistema más equilibrado: desestacionalizado y desconcentrado. «Seis comunidades autónomas acumulan más del 90% del turismo que recibimos, unos 84 millones de visitantes. Las 11 restantes se reparten tan solo 9 millones».
Un cambio de modelo
Las organizaciones ecologistas defienden otro enfoque. La portavoz de Greenpeace Elvira Jiménez considera que el sector ha adoptado «un discurso público en favor de la sostenibilidad», pero a la hora de la verdad «sigue priorizando el aumento de llegadas de turistas y el gasto frente a la conservación de los recursos y la convivencia de las comunidades locales».
«El cambio de modelo no puede llegar desde una respuesta unilateral de los empresarios. Todos tenemos derecho a participar en la conversación», insiste la oenegé. Jiménez apunta como ideas moderar la oferta, diversificar más la temporada turística y reducir la presión sobre los recursos cumpliendo de forma más decidida los planes que ya existen en el marco español y europeo sobre la lucha contra el cambio climático. Y añade que la ecotasa «es un parche» si se entiende como única propuesta para ralentizar las llegadas.
Molas añade que la solución no puede pasar por «penalizar al turista». Sin embargo, ante la ausencia de medidas quirúrgicas eficaces, cada vez más destinos se inclinan por esta fórmula. Ya está implantada en Venecia, Bali, en el acceso al Everest, y también en algunos parques nacionales franceses, por citar solo unos ejemplos. En la ciudad japonesa de Kioto han sido más contundentes y han prohibido expresamente el acceso de viajeros a algunas calles significativas del centro. En España, el debate sobre la ecotasa ha regresado con fuerza.
Las organizaciones ecologistas critican que se priorice el aumento de llegadas frente a la conservación de los recursos
En 2019, en estas mismas páginas, Luis Meyer pedía «no colocar el foco en la llegada masiva de turistas, sino en la creación de un modelo sostenible». Seis años después, el desafío se mantiene. El antropólogo canario Fernando Estévez González planteó que la gran revolución, como casi todos los cambios verdaderamente transformadores, llega por uno mismo. Es difícil que se frene la masificación si participamos orgullosos de ella. Y elogió la figura de «un turista reflexivo […] que ya es consciente de la autenticidad escenificada». Ojalá. Las ciudades de moda en España caminan en sentido contrario.
Si uno tiene que planificar todo hasta el límite, incluso reservar dónde va a cenar con unos amigos en unas semanas; si improvisar un plan se convierte en algo imposible por la altísima demanda que existe, ¿no se está alterando también una forma de ver y vivir la vida que resulta muy atractiva para muchos de los que nos visitan cada año?
La masificación turística no solo impacta sobre las comunidades, los recursos y la economía. También altera hábitos y costumbres y homogeneiza el paisaje. Nos hace a todos un poco menos distintos. Se hace extraño escuchar, como decía el poeta, que lo importante no es llegar al destino, sino ser consciente de que recorres el camino. Ahora lo que se impone es el estar ahí. Y contarlo. Y que los demás se enteren. Frente a los destinos viralizados, quién se acordará en unos años de Machado y de su «caminante no hay camino, sino estelas en la mar».
Si uno tiene que planificar todo hasta el límite, incluso reservar dónde va a cenar con unos amigos en unas semanas; si improvisar un plan se convierte en algo imposible por la altísima demanda que existe, ¿no se está alterando también una forma de ver y vivir la vida que resulta muy atractiva para muchos de los que nos visitan cada año?
La masificación turística no solo impacta sobre las comunidades, los recursos y la economía. También altera hábitos y costumbres y homogeneiza el paisaje. Nos hace a todos un poco menos distintos. Se hace extraño escuchar, como decía el poeta, que lo importante no es llegar al destino, sino ser consciente de que recorres el camino. Ahora lo que se impone es el estar ahí. Y contarlo. Y que los demás se enteren. Frente a los destinos viralizados, quién se acordará en unos años de Machado y de su «caminante no hay camino, sino estelas en la mar».
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